Es fundamental reconocer que nuestras experiencias, memorias y percepciones subyacen a la motivación. No todos nos motivamos ante los mismos estímulos. Por ello, puede ser erróneo plantear que en el contexto educativo el profesor/a deba ser capaz de motivar a toda una audiencia de niñas y niños.
La motivación es un proceso interno que nos dirige hacia el cumplimiento de una meta u objetivo. Podríamos afirmar que es un mecanismo interior que se proyecta hacia el exterior, permitiendo dar inicio y mantener los comportamientos necesarios para la obtención de una meta u objetivo, que surge por la percepción de una necesidad. La motivación es, por lo tanto, una acción dirigida a un objetivo que permite buscar estímulos percibidos como “agradables” (ej., alimentos apetecibles e interacciones sociales) o evitar aquellos percibidos como desagradables (ej., dolor, miedo y estrés).
Las investigaciones han logrado enormes avances en la comprensión de algunas de las bases neuronales y moleculares que subyacen a la motivación. De hecho, los genes modulan el comportamiento codificando productos moleculares, que controlan el desarrollo y la función cerebral. Por lo tanto, es importante entender la regulación genética y epigenética que subyacen la motivación y los comportamientos. En muchos casos los trastornos que afectan la motivación llegan a debilitar tan gravemente las conductas funcionales y cognitivas, que en última instancia conducen a deficiencias que afectan la vida diaria y el mantenimiento de las relaciones sociales.
En general, los comportamientos regidos por la motivación exhiben una formidable plasticidad durante toda la vida de un individuo, lo que permitiría una mejor adaptación a los cambios ambientales que pueden afectar negativamente su supervivencia o su bienestar. Es decir, la motivación tiene una indudable función adaptativa con enorme valor evolutivo. Además, da el impulso necesario para llevar a cabo esos comportamientos que nos permiten, ante determinadas relaciones con nuestro entorno, lograr metas u objetivos que generen mayores probabilidades de éxito biológico y, por ende, de supervivencia.
El aprendizaje surge como consecuencia de las experiencias que el organismo vive, experiencias significativas que resultan de las percepciones que se construyen a modo de decodificaciones de los estímulos que nos inundan, emocionándonos. Decodificaciones que dependen de experiencias previas, es decir, de nuestras memorias. Las experiencias crean nuevas experiencias y, en este proceso, las memorias crean nuevas memorias. Esto, en definitiva, nos lleva a pensar que las emociones que viviremos están supeditadas a las emociones que hemos vivido, y éstas están supeditadas a las memorias que hemos heredado de nuestros ancestros o que hemos construido durante nuestra propia existencia. Y si nuestras experiencias son diferentes, es muy probable que no nos emocionemos y motivemos con los mismos estímulos. Esto nos lleva a afirmar que nuestras experiencias, memorias y percepciones subyacen la motivación. Es decir, no todos nos motivamos ante los mismos estímulos. Por ello, creo erróneo plantear que en el contexto educativo el profesor/a deba ser capaz de motivar a toda una audiencia de niñas y niños. A lo más, que uno como docente podría aspirar es generar los estímulos más adecuados para provocar en ellos (algunos) ese “punctum” que los motivará a ir un poco más allá.
Creo profundamente que el docente debe trabajar, en una misma sala de clases, con grupos de niñas y niños, agrupándolos de acuerdo a sus intereses e historias similares, en el que cada grupo reciba estímulos, tareas y metas que sean coherentes con sus propias sensibilidades y visiones del mundo. Aprovechando las posibilidades que da esto para complementar con trabajos multigrupales, donde los grupos compartan posteriormente sus resultados y experiencias, estimulando en intercambio de ideas y diferentes visiones de determinadas problemáticas. Este tipo de trabajo, estimularía aprendizajes, no solamente individuales sino que también sociales, aprendizajes colectivos y colaborativos basadas en el respecto de la diversidad y de la creación de mundos paralelos interconectados. En esta “realidad” no caben las calificaciones como han sido vistas tradicionalmente, dado que todo aprendizaje, guiado por el docente (el catalizador), es siempre el correcto dentro de un marco de relaciones sociales durante el proceso formativo y de crecimiento.
La tarea de un profesor/a es fundamental, un verdadero catalizador en la transformación de personas, la construcción de futuras/os creadores de nuevos mundos. Y es aquí donde reside el gran reto… Es fundamental que el docente conozca a sus alumnas/os mucho más allá de sus nombres. Conocer sus realidades familiares, sus historias, sus sueños… Un trabajo que no siempre el docente puede realizar dada la enorme carga de trabajo que debe soportar y el poco (a veces nulo) apoyo que recibe de los estamentos superiores empapados solo de datos estadísticos y metas de desempeño objetivos y reproducibles… No debemos olvidar que no hay nada más subjetivo que la motivación y el aprendizaje.